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martes, 24 de marzo de 2015

¿Conoce Ud. a algún pedófilo?


¿Conoce Ud. a algún pedófilo?


¿Conoce Ud. a algún pedófilo?

Luego del nombramiento del Obispo Juan Barros como ordinario de la diócesis de Osorno por el Papa Francisco, numerosos laicos y sacerdotes de todo Chile han objetado esa designación, y le han pedido que no asuma o que renuncie. El motivo de esta resistencia al nuevo obispo de Osorno es que Juan Barros fue miembro de la asociación sacerdotal formada en torno a Fernando Karadima, sacerdote chileno que en 2011 fue condenado por Roma, por abusos sexuales y psicológicos reiterados.

Hasta ahora, Juan Barros no había sido objeto de ninguna acusación, ni por abuso ni por encubrimiento, prestó declaración como testigo en el proceso canónico contra Karadima, pero nunca fue investigado como supuesto encubridor, y en declaraciones recientes, a raíz de todas estas manifestaciones, él ha dicho que jamás conoció ni menos aprobó los abusos de Fernando Karadima.

Esos son los hechos. A pesar de eso, la oposición al nuevo obispo de Osorno ha sido férrea y sostenida, incluso desde los sacerdotes de la diócesis y de la conferencia episcopal.

No conozco al obispo Barros, ni sé más de él de lo que se ha publicado en la prensa, ni tampoco conozco en mayor detalle el caso Karadima. Por eso, no tengo ningún interés en defenderlo ni puedo entregar mayores antecedentes sobre el caso concreto. Lo que me motiva a publicar la siguiente reflexión es simplemente corregir una percepción errada acerca de los pedófilos en nuestra sociedad, y que parece estar perjudicando al nuevo obispo.


En efecto, cuando se acusa al obispo Barros de encubrir a un pedófilo, lo que está operando es una lógica de la sospecha. Se supone que, por haber sido una persona que formaba parte de círculo cercano de Karadima, necesariamente tuvo que haber sabido lo que ocurría en su entorno, y luego se razona que si no lo denunció, entonces es responsable de haber facilitado los delitos un pedófilo. A primera vista, este razonamiento parece correcto, pero lo cierto es que parte de una premisa que la experiencia me ha demostrado que es falsa.

La mayoría de las personas tiene la percepción de que los agresores sexuales, y con mayor razón los pedófilos, son personas profundamente diferentes del resto de la gente con las que se encuentran cada día, al punto de no poder llevar un funcionamiento normal en la comunidad, que son una especie de monstruos, una aberración humana. Por lo mismo, se supone que cualquiera con un mínimo de atención a los detalles, podría darse cuenta de que está ante un pedófilo, y con mucha mayor razón las personas que están cerca de él y siguen sus actividades diarias deberían poder darse cuenta de esto.

Sin embargo, mi experiencia me lleva a dudar de esta idea común. En razón de mi profesión, me ha correspondido estar presente en numerosos juicios orales y entrevistas con personas que en definitiva han resultado condenadas por delitos sexuales contra menores de edad, y cada vez me convenzo más que esa percepción está profundamente equivocada, y es dañina, sobre todo para las víctimas.

Es verdad que hay sujetos que simplemente no pueden ocultar que se sienten atraídos sexualmente hacia los menores de edad, pero esos casos suelen observarse en personas severamente privadas desde el punto de vista intelectual o cultural. Sin embargo, estas personas no son la mayoría. Las conductas pedofílicas están presentes en todos los niveles de la sociedad, y son precisamente los pedófilos más inteligentes y educados los que logran mantener una imagen de normalidad por más tiempo. Naturalmente estos son los más peligrosos y los que causan mayores daños a los niños.

De hecho, en los juicios por abuso sexual de niños, la estrategia más común de la defensa es negar que los hechos ocurrieron, no solo porque rara vez hay testigos, sino además porque hay psicólogos y testigos que afirman categóricamente que el acusado no tiene el â??perfil de un pedófiloâ??. Así, en las audiencias de juicio una y otra vez se escucha la declaración de expertos psicólogos y numerosos familiares, incluso menores de edad, que declaran que por años convivieron con el acusado, sin que jamás hayan notado nada extraño, e incluso que la relación del acusado con los niños era normal en todo sentido. A pesar de estas pruebas, los tribunales sigue condenando a estos sujetos

¿Cómo es eso posible? ¿Acaso hay tantas personas dispuestas a mentir para encubrir a un pedófilo, porque resulta ser su pariente o un simple conocido? Creo que no, que la enorme mayoría de la todavía encuentra repugnantes estas conductas, y se negaría a prestar su apoyo si tuviera una sospecha de que son verdad. Bueno, si eso es cierto entonces ¿Cómo es posible que haya testigos dispuestos a declarar a favor de estos sujetos?

La única explicación posible es que el pedófilo tiene que desarrollar la capacidad de proyectar una imagen de â??normalidadâ??, de engañar precisamente a las personas que le son más cercanas y con las que convive día a día, es decir a quienes podrían darse cuenta de esas conductas y denunciarlo. Desde luego, las personas con mayor capacidad intelectual y cultural son mejores en este tipo de constante engaño en que deben vivir para sostener su depravación, y gravitan hacia labores que pueden ser percibidas como de bien social o de alto prestigio en medio de la comunidad. Por eso son mucho más peligrosos que el pedófilo de baja condición social.

Dada la naturaleza de los debates en internet, no faltará quien lea las primeras línea de este texto, y se dirija a los comentarios asumiendo que intentamos hablar en favor del obispo Juan Barros. Nada de eso. Si el obispo Barros sabía o siquiera sospechaba lo que hacía su mentor, y no lo denunció, que el Papa Francisco lo despoje de la diócesis de Osorno y nunca más vuelva a ejercer como superior jerárquico de nadie. Pero eso depende de un gran â??siâ??, es decir, de la condición de que esos cargos se denuncien y se investiguen por un juez imparcial.

Más importante, lo que sí quiero decir es que no caigamos en el error de pensar que, por pasar mucho tiempo con una persona, conocemos su carácter y lo que hace. La próxima vez que nos pregunten si conocemos a un pedófilo, hay que pensarlo muy bien antes de responder que no.

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